ETAPA Cuarta. EL MUTUALISMO COLOMBIANO
OBRA: MEMORIAS Y FUTURO DEL MUTUALISMO COLOMBIANO
Autor. Fabio Alberto Cortés Guavita
Es interesante examinar el problema también desde lo que tiene que ver con
las organizaciones que originalmente se crearon en aquellos años. En los pocos
documentos hallados se encuentra una doble visión acerca de cuál fue la primera
mutual creada en Colombia. De un lado hay quienes[1] aseguran
que fue por el año de 1864 y con el fin de evitar recurrir a la mendicidad y
lograr un entierro digno que el 6 de julio de dicho año, 39 artesanos fundaron
la Sociedad de Caridad en Bogotá, a la cual le otorgan personería jurídica el 8
de mayo de 1889. Oficializándose así, la primera sociedad mutual con personería
jurídica creada en Colombia, cuyo objetivo principal era prestar ayuda a los
afiliados en casos de enfermedad o muerte. El requisito para ingresar era
profesar la religión católica.
De otro lado “David Sowell y Mario Aguilera, aseguran que en
Colombia la primera sociedad de ayuda mutua fue creada en Bogotá en 1873, por
83 artesanos, principalmente zapateros, y fue llamada Sociedad de Socorros Mutuos”
(SOWEL y AGUILERA c.p. CASTRO 2001) “El ideal de los artesanos de la Sociedad de Socorro Mutuos fue la
creación de una sociedad en la que los propietarios y los trabajadores
estuvieran juntos, viviendo en armonía: "el pobre y el rico formando una
familia cuyos intereses fueran solidarios".' (CASTRO 2001)
Indiscutiblemente que estas dos entidades son el inicio del mutualismo en
Colombia, y en su trasegar muestran un paralelo en casi todas sus
orientaciones, y, al final del día, hablando y consultando con los distintos
mutualistas durante más de 5 años en diferentes ciudades del país y de
conformidad con lo dicho párrafos atrás se
confirma que fue primero la Sociedad de Caridad y segunda la Sociedad de Socorros Mutuos, las dos en Bogotá.
Obviamente se crearon
otras sociedades más como veremos en el cuadro siguiente para lo que tiene que
ver con el Siglo XIX y la creación de estas entidades en el Siglo XIX según la
obra citada de CASTRO BEATRIZ
1864 Sociedad de Caridad Bogotá
1872 Sociedad de Socorros Mutuos Bogotá
1873 Sociedad de Tipógrafos Bogotá
1881 Sociedad Filantrópica Bogotá
1887 Asociación de Carpinteros y Ebanistas Bogotá
1887 Sociedad de Cajista de Tipografía Bogotá
1889 Sociedad de Socorros Mutuos Manizales
1891 Asociación de Artistas Bogotá
1892 Sociedad de Auxilio Mutuo Bucaramanga
1895 Sociedad Cooperativa Fraternal Ocaña
1898 Sociedad de Zapateros Bogotá
1898 Club Industrial Colombiano Bogotá
1899 Sociedad de Sastres Bogotá
1899 Sociedad de Mutuo Auxilio Barranquilla
Catorce organizaciones en total, de las cuales diez son creadas en Bogotá,
una en Manizales, otra Bucaramanga, una más en Ocaña y finalmente otra más en
Barranquilla.
Una muestra de la seriedad de la información anterior se observa en una
nota al final de la obra de Castro Beatriz que textualmente dice: “Todas las
fuentes son del Archivo General de la Nación, Fondo República, Ministerio de
Gobierno, al menos que este indicado. La fecha corresponde al año en que se
obtuvo la personería jurídica, algunas veces este año en que se obtuvo la
personería jurídica es posterior al año de su fundación. Solamente para las dos
primeras sociedades de ayuda mutua -Sociedad de Caridad y Sociedad Socorro
Mutuos- el año corresponde al año que se le atribuye a la fundación” (CASTRO 2001)
Hay, como se verá,
elementos de coincidentes en las dos organizaciones tomadas como ejemplo de lo
que fueron estas primeras organizaciones, una muestra de lo que fue el origen
del mutualismo colombiano y sus pasos hasta finales del Siglo XIX, desde las
siguientes variables: personas: quienes la conformaban y los requisitos de
ingreso, lo social y lo económico: objetivos centrales y económicos fondos
mutuales y seguros.
Primero las personas: para las dos sociedades estudiadas no se
distinguía el origen de los asociados por su nacionalidad, la opinión política
se respetaba con la prohibición a debatir estos temas al interior de las
organizaciones, de la misma forma no se presentaba objeción a la profesión o
condición social de sus afiliados. En cuanto a las exigencias: “Los requisitos
para pertenecer a las dos sociedades eran también análogos. Cualquier hombre no
mayor de 45 años y que no tuviera alguna enfermedad contagiosa podía ser
miembro de las sociedades. Quien deseaba ser miembro de una de tales sociedades
tenía que registrar su nombre, declarar su edad, su estado civil, su profesión
y su dirección.” (CASTRO 2001)
Es necesario detenernos aquí, para ver un aspecto apreciable,
solamente podían ingresar hombres a estas organizaciones, situación que permaneció
por muchos años (aún hasta el año 2007) como se verá en otro capítulo más
adelante. Tenían unas obligaciones y derechos similares de conformidad con los
estatutos de estas entidades.
Destácanos algunos de estas obligaciones: solamente pertenecer a
una organización, hacer visitas a los asociados enfermos incluyendo llevarlos
al médico y ayudarles con la droga necesaria, asistir con carácter obligatorio
a los sepelios de los asociados, aceptar cualquier tarea que se les asignara.
Subrayamos ahora los derechos económicos. La ayuda mutua procedía
del fondo común creado con cuotas de ingreso y mensualidades (origen del Fondo
Mutual patrimonial de hoy). Se contaba con el derechos a recibir ayuda de
manera exclusiva, es decir, la caridad se llevaba a cabo solamente con lo
miembros de la entidad y la prohibición para con los no asociados. Podían
recibir ayuda en dinero en casos de enfermedad, pagos a los familiares por
muerte del asociado o cuando estuviese exilado, se incluía la ayuda económica para estudio de
los hijos de los miembros de la entidad. Para extender la ayuda los familiares
se crearon fondos diferentes al común, creados con contribuciones de los
interesados en recibir el beneficio, cuotas de acuerdo con el número de
familiares a beneficiar (origen de los fondos mutuales de carácter pasivo de
hoy).
Tradicionalmente se ha conocido cómo las organizaciones sociales
recurrieron siempre a otras actividades que les permitiera obtener unos
ingresos mayores para desarrollar su objeto social, pues bien, las sociedades
de ayuda mutua no fueron la excepción: “Los afiliados a la Sociedad de Caridad
percibían su asociación como un elemento de unión, de protección y de
tranquilidad. La Sociedad tenía más bien un escaso patrimonio, aunque podían
disfrutar de algunas facilidades como un salón para las reuniones o un mausoleo
en el cementerio, propiedades que habían sido adquiridas gracias a la
generosidad de sus afiliados y a través de la organización de rifas, bailes y
bazares en que todos los miembros colaboraban activamente, lo que representaba
una fuente extra de ingresos”. (CASTRO 2001)
Un corolario más, en torno a los objetivos plasmados en los
estatutos de estas dos organizaciones según los cuales desarrollaba valores
como el trabajo como símbolo de unión, la honestidad como el compromiso y la
fraternidad, como una expresión de aquella época, de la ayuda mutua priorizando
los momentos de desgracia entre los asociados y sus familiares.
Era tal el arraigo del concepto de fraternidad de estas organizaciones
que: “…se llamaban entre ellos hermanos (sic) y consideraban que sus vínculos
eran más fuertes que los propios vínculos familiares”. (CASTRO 2001)
Daban tal importancia a los malos comportamientos que contemplaban,
entre otras, cono causales de expulsión, la participación en riñas o peleas,
hablar mal de los demás o de la organización causando el descredito de alguien
o de algo, la beodez consuetudinaria y algo que tiene relación con la ética y
el secretismo acerca de los asuntos tratados en las reuniones, sobre las
actividades realizadas o a realizar de la entidad y de sus miembros, finalmente
el no pago a
tiempo de las cuotas establecidas.
Sorprende comprobar que y cómo: “Estas dos sociedades de ayuda
mutua trataron de crear un fondo social para sus miembros, sin hacer ninguna
demanda al Estado. Trataron de tener su propia estrategia de protección contra
cualquier evento que los llevara a caer en la pobreza. Al mismo tiempo, sus
miembros encontraron en estas sociedades un sentido de pertenencia, encontraron
una "familia", un sentido de vida que los invitaba a compartir y
ayudarse mutuamente, al tiempo que descubrían o continuaban valores de
solidaridad de grupo y una forma de sociabilidad que brindaba la ocasión de
reunirse con algunos de quienes ocupaban similares lugares en la división del
trabajo y escala social.”
Bien vale subrayar esta frase: “…crear un fondo social para sus
miembros, sin hacer demanda alguna al estado…” cuán diferentes aquellos
dirigentes al buscar la autonomía y autosostenibilidad de sus entidades. ¡Ah
contradicción¡ ¡Cuanta discrepancia¡ con quienes hoy pugnan y demandan por
ayuda del estado y por la caridad en las Cámaras de Comercio para no cumplir
con las obligaciones tributarias de un Estado que obviamente legisla en su propio
beneficio y no por el de la economía
mutualista a quien ven como un modelo a “utilizar” pero no para darles opciones
que les podrían convertir en “competencia”.
Hemos llegado al año 1989, final del Siglo XIX, época de cambios
originados por el conflicto, considerado uno de los más graves por los que ha
pasado Colombia: La Guerra de los Mil días, evento que afectó profundamente a
las nacientes organizaciones de ayuda mutua y al país en general.
[1] MUÑOZ A Antino, Apuntes sobre un centenario, (Bogotá, 1966), p. 7
Y Edilberto Romero A., Proceso Histórico del Mutualismo en Colombia, (Bogotá,
1984), p. 42.
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